Hace unos días, al final de la mañana, sonó el timbre de nuestra puerta. Al otro lado, una voz masculina: «Quisiera hablar con alguna hermana de aquí». «Si me dice de qué se trata…» pregunté por el contestador. «Es para que asusten un poco a mi hijo, de seis años, que no se porta bien en el colegio».
Naturalmente, le abrí la puerta y conversamos sobre Alejandro, su hijo, mordido por los celos hacia su hermanita menor, y con problemas de conducta. Hablamos sobre lo complejo que es educar, encauzar a una criatura hacia el bien, y sobre aquello que lo puede favorecer o bloquear. «Un día, al pasar por delante del Convento, y ver las rejas, se me ocurrió la idea y le dije al crío que esto era un colegio para niños que se portan mal, y se llevó un sofoco. Pero ya se le ha pasado el miedo y ha vuelto a dar problemas, así que he pensado que conviene meterle más miedo, y traerlo aquí dentro, y que se crea de verdad que lo podemos encerrar». Hablamos sobre el engaño, la falta de credibilidad de quien convierte lo bueno en malo para su propio interés, de qué pensaría Alejandro cuando creciera y se diera cuenta de que su padre lo había querido manipular con mentiras… Y a las monjas, en medio de esa historia, se nos busca como cómplices de un orden basado en el terror.
Mª José Pérez, Carmelita Descalza de Puzol (Valencia).
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