Os dejo aquí estas palabras, escritas por Mª José Pérez, Carmelita Descalza de Puzol (Valencia).
«Con los ojos del alma». Así es como santa Teresa asegura que veía a Jesús. No con los de la cara, sino con esa otra mirada, que brota de manantial más hondo, y conmueve y transforma. La mirada del amor, que ve siempre en lo escondido, en lo esencial, invisible ¾nos dice El Principito¾ a los ojos.
Se llamaba Isabel. Aunque nunca más volví a verla, aquel curso con ella me marcaría para siempre. Yo era tan solo una niña de ocho años, con mis manías y mis miedos, como todas, cuando esta joven maestra me abrió los ojos del alma y me contagió una fe ciega en mis posibilidades. Creyó en mí, apostó por mí. Me enseñó también a mirar de otra manera, con veneración y confianza, viendo en el otro a un compañero de camino, y no a un rival.
Nunca olvidaré, por ejemplo, aquella escena. Atendía ella a un niño con dificultades para el cálculo. Al preguntarle cuánto eran 10 x 10, el chico dudaba y se atascaba, una y otra vez. Yo, que escuchaba allí cerca, perdí la paciencia, y, creyendo que así me congraciaba con ella, solté un: “Son 100, tonto”. Los ojos de Isabel me miraron severamente y, con un tono de reproche, me dijo que pidiera perdón a mi compañero. Lo hice entre sollozos. Jamás olvidé la lección: el respeto y la delicadeza hacia el menos privilegiado, el que lleva otro ritmo, el otro… diferente. Puso en evidencia mi actitud prepotente, que no era sino la otra cara de mi inseguridad y hambre de atención.
Pero quizá lo más curioso que recuerdo de ella fue su empeño en que aprendiera a nadar, algo que, desde luego, no formaba parte del currículo. Llegó a acompañarme a la piscina, en su tiempo libre, para enseñarme, intentando que perdiera el miedo. Desde el agua, me invitaba: “Salta, que dentro, flotarás, pero, si no, aquí estoy yo, para sujetarte”. Con ella aprendí a fiarme: los otros son mano amiga que nos hace salir a flote cuando perdemos pie y parece que nos hundimos.
Somos lo que somos gracias a las personas que han pasado por nuestra vida, sembrando, dejando su huella indeleble, enseñándonos el valor de lo humano, invisible casi siempre a los ojos.
Deja una respuesta